Comentario
El problema de las estructuras tribales, como el de la organización social, ha suscitado discusiones apasionadas. Las fuentes no permiten dudar de que existieron en al-Andalus, pero ¿hasta cuándo? Hemos expuesto en las páginas anteriores varios ejemplos que muestran que permanecieron por lo menos hasta comienzos del X. El caso más significativo fue el reclutamiento de tribus beréberes de las regiones del Tajo y del Guadiana durante la aventura del mahdi Ibn al-Qitt, muy a comienzos del mismo siglo. Es evidente que los beréberes nafza de Mojáfar, en la región de Mérida, a los que vimos someterse ante Abd al-Rahman III en el 928, conocían un modelo de organización que podríamos calificar de tribal.
En la misma época, sin embargo, si nos atenemos a lo que dijo Ibn Hawqal, otros sectores de la sociedad rural estaban todavía sometidos a un régimen de tierras de tipo latifundiario en el que los campesinos sufrían de una condición casi servil. Un pasaje de este geógrafo es particularmente explícito el respecto: "Hay en al-Andalus más de una explotación agrícola que agrupa a miles de campesinos, que ignoran todo de la vida urbana y son europeos de confesión cristiana. A veces se rebelan y se refugian en el castillo fortificado. La represión es de larga duración porque son orgullosos y obstinados: cuando se han sacudido el yugo de la obediencia, es extremadamente difícil reducirles a menos de que se extermine hasta el último, empresa difícil y larga". Este interesante texto hace alusión a las revueltas del final del siglo IX, a pesar de haberse escrito cincuenta años más tarde. Encontramos una correspondencia sorprendente con los pasajes que Ibn Hayyan, en el Muqtabis, dedicó al hisn Monterrubio (Munt Ruy) que el emir Abd al-Rahman III asedió en el 922: "Era un monte difícilmente accesible e inexpugnable, muy poblado por cristianos nativos dhimmíes, que habían violado su capitulación, haciéndose disidentes en apoyo de la rebeldía y propagando maldad en la tierra. Se habían hecho fuertes en este monte escarpado situado entre las coras de Elvira y Jaén, sobre la calzada de Pechina, puerto meridional de al-Andalus, de modo que cuantos circulaban en cualquier dirección por aquel camino sufrían perjuicios de la gente de esta fortaleza, haciendo el viaje temible, pues robaban y asesinaban".
El contraste entre los beréberes todavía tribalizados de la región de Mérida y estos campesinos cristianos de las montañas andalusíes incitaría a insertar estos hechos en el esquema de una dualidad de estructura: orientales marcadas de estatalismo y de tribalismo antagónicos por un lado y occidentales feudalizantes por otra parte, al interpretar estos datos a la luz de los esquemas que tanto yo en mi al-Andalus como Manuel Acién en su obra sobre Ibn Hafsun habíamos propuesto. Las cosas se complican un poco cuando nos preguntamos contra quién reaccionaban exactamente los cristianos refugiados en este lugar: ¿contra el Estado omeya y los grandes propietarios muladíes o árabes? Aquí aparecen estos señores (ashab) de los que habla Manuel Acién. Y volvemos a la misma pregunta planteada más arriba: ¿cuál era, en términos de organización socio-económica, la naturaleza exacta y el resultado de la crisis violenta -de la que estos hechos forman parte- que sacudió al-Andalus en la transición de la época del emirato a la época califal?
Si miramos hacia los elementos árabes, debemos plantearnos el problema de la evolución de potentes familias que, como hemos visto, habían sustituido a los linajes muladíes todavía influyentes en el IX y que vivieron un evidente declive a partir del final de este mismo siglo. Allí donde no rivalizan con los beréberes llegados del Magreb o con grupos coherentes de saqaliba cuyo papel gubernamental, administrativo y militar les situaba en una posición favorable para hacerse con el poder local en el momento del derrumbamiento del poder central, estas grandes familias árabes parecen haber tenido un papel destacado. Hemos hablado largamente de los Banu Tuyib de la región de Zaragoza; pero podríamos hablar también de los Banu Abbad de Sevilla; los Banu Yahwar de Córdoba que iban a dirigir la antigua capital del califato tras su desaparición; los Banu Tahir de Murcia; los amiríes de Valencia; los Banu Sumadih de Almería. A estas familias de la aristocracia civil o militar de origen oriental hay que asociarlas con las ramas beréberes que, como los Banu Dhi l-Nun de Santaver, los Banu Razin de Albarracín, los Banu Qasim de Alpuente, y probablemente los Banu al-Aftas de Badajoz, formarán las taifas andalusíes.